Se utilizan tanto para enfermedades físicas y psicosomáticas como para trastornos psicológicos o emocionales.
Funcionan empujando al organismo hacia la autocuración, estimulando sus propias defensas.
La enfermedad física es, en gran parte, el resultado de un estado de estrés y desequilibrio emocional que persiste a través del tiempo, debilitando el organismo y el sistema inmunitario, así como la capacidad de defenderse ante agentes patógenos. Esto es debido a que respuestas como la ansiedad o el estrés, por ejemplo, van acompañadas de respuestas fisiológicas que a la larga pueden dar lugar a síntomas físicos o alteraciones que conforman las bases de todo tipo de enfermedades.